Me acostumbré a recordar penas, la oscuridad mojada, los secretos que espían en los papeles nocturnos.
Me acomodé como pude para soltar el invierno, al lado de mi cuerpo.
Y mientras esperaba que la lluvia mojara los vidrios del mediodía, al costado de mi sillón, tomé un frasco de alquitrán y lo desparramé por el suelo hasta que se hizo noche, casualmente en el mismo lugar donde olvidé plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro…