viernes, 4 de enero de 2008

Ellas




Cuando preguntaron mi nombre, ya estaba entrenada. Hacía tiempo comenzaba a sentirme desprevenidamente más cautelosa, cuidadosa sería mejor. Subí los escalones precisos, mientras me acordaba de escalera al cielo. Sonreí y pensé: no es un sueño. Vi que ella se acercaba. Esa chica con los ojos caleidoscopios, es parecida a mi, chica es una forma de decir. Extraña coincidencia. Extraño "deja vú".No es lo que suele llamarse dimensiones, ni siquiera el ahogo meláncolico con el que la veía llorar, porque al fin y al cabo, nada teníamos en común. Pero algo había de casual en ese preciso espacio que sin ir más lejos, nos encontraba. Los ojos caleidoscopios no eran por su risa. La tristeza tampoco - tus pasados tal vez se parezcan a los míos - le dije. Ella levantó sus hombros como ultrajando la confianza de un desconocido. Yo evité acercarme con brusquedad, entonces le dije, la melodía que te enseñó a cantar y a despreciar mi palabra no es, sino la misma que te llevará a preguntarme mi nombre después de todo... Hacía tanto calor, que supongo, la inhibía un poco. Mi nombre es cómo. Entonces y con pausas suspensivas le dejé mi intriga, así por lo menos yo no era la única.Frente a nosotras pasaron personas de sobretodo gris, médicos con guardapolvos ilustres, una suerte de malabarista, que pronto encajó en el entorno. Nada parecía incómodo, mientras yo le seguía poniendo la vista fija, y ella seguía rechazándola con el desprecio que se le tiene al dogma.
De todos modos la manera en que sudaban mis manos y esperaba una palabra suya, no es algo que interese demasiado.
Llegó la noche y sin resabios aún seguíamos en la misma posición. Ya no formaba parte de algo causal y yo lo detectaba muy bien.
De repente, se acercó cautelosamente como un león enjaulado tratando de escapar. De su boca salía una especie de espuma, o más bien baba concentrada por falta de líquido –habían pasado varias horas sin beber siquiera un vaso de agua-.Trataba de balbucear, pero ni siquiera eso podía. En mi indeferencia y resentimiento, no intenté darle una limosna de tranquilidad.
El espacio se calaba entre las tensiones que disparaban nuestros cuerpos y de repente me dijo –Te vas de viaje ahora, ¿no?, o te ibas…. Con aires de resignación pura le dije –Cómo verás pretendía irme, pero me has irritado tanto que me paralicé intentando rescatar una porción de palabra. Sólo eso te pedía.
Otra vez la sala quedó vacía de ruidos. Ella rió aliviada. Yo me fui algo excitada y a la vez más relajada, similar al momento en que uno acaba de dispararle la furia a su propio enojo. No intenté saludarla, ni preguntarle por qué sabía que yo viajaría.
Llegué a mi casa, la cual no vale la pena describir debido a su carencia, de la que dadas mis condiciones no me quejo. Tomé el pasaje aéreo: Vuelo de un solo sentido. Destino Moscú. Fecha de ida 9 de marzo de 2005. Hora de salida 15.30 hs. (Datos importantes). Lo tiré a la basura y yo me alcé agotada en mi cama.
Desperté al otro día, si haber tenido sueños horrorosos como los que sabía tener de vez en cuando, desde la misma posición con la que me había acostado logré atrapar el control remoto y encender el canal donde hay noticias. Tan pronto me incliné para escuchar con atención descubrí que hablaban de un vuelo, vaya uno a entender el tema de las coincidencias, pensar ayer yo hubiera volado de no ser por ella. El accidente del Il-86, propiedad de Púlkovo Airlines con destino a Moscú, se produjo a las 19.25 de ayer, aparentemente por "pérdida de potencia de los motores", según informó el director del aeropuerto moscovita, Vadim Shanzhárov. Eso me dijo el televisor, pero tan pronto se agotó esa frase llegó la peor. No hay sobrevivientes. En ese momento me entregué conjuntamente al silencio que rebotaba en mi cabeza y pedía cautela. Mi cuerpo le respondió con antelación estupefacto.
Apagué el televisor y llegué a la sala, a las escaleras, a la mujer con ojos caleidoscopios, sin siquiera saber por qué fui y cómo o en qué llegué a ese lugar.
Ella me esperaba, y tan pronto logré recuperar mi visión que se había alterado por la nubosidad de las casualidades que dejan a uno parapléjico, reconocí que se trataba de mí. Ella se trataba de mi, y yo de ella. Éramos sobrevivientes del mismo cuerpo. Se había aferrado de mi vejez cómo nadie puede imaginarse y caminó estrechando sus manos. Yo sentía calor en las mías también. Se acercó desconcertada. Estaba muy cerca, la sentía en mí. Me abrazó gris, es decir, con olor a vieja. Con mi olor descompuesto por los años y el maltrato. Cuidate que me va a hacer bien- me dijo. Y yo, ¿Cómo querían que reaccionara?, le dije andate vieja maloliente, desagradable, inmunda de vieja!. La solté y me fui corriendo como un niño yendo a comprar helados.
Durante días me arrepentí de haber ido.
Al poco tiempo le escribí, le pedí disculpas y le hice entender que mi reacción era porque faltaba tiempo. Tiempo de encontrármela. Ella no me contestó, supongo entendió mi petición
.

1 comentario:

* 2 << Deux >> 2 * dijo...

Un día yo también al cruzar la calle puede que me tropiece con el gato que me precederá y hasta quizá también pueda preveer en sus ojos la tragedia final...

Me gusto mucho Pau, mucha fuerza en esas palabras.. rescato y te cito que me pareció fantástico:

"Éramos sobrevivientes del mismo cuerpo"... para pensarlo no?

No escuchará con auriculares lo que simulaba ayer

No escuchará con auriculares lo que simulaba ayer
:-Decí que todo va y vuelve (Si estás harto de escuchar, mirá. Hacé click en la oreja)